Yo me enamoro un promedio de 7 veces al año y 6 son de zapatos. Me encantan, estoy convencida que el ritmo de mi día a día lo marca el zapato que lleve puesto y de eso depende mi humor , mi personalidad y las decisiones que tome.
Los zapatos proporcionan el impulso necesario para caminar , son una forma de despojarse del pasado y de dar un paso hacia el futuro.
Durante buena parte de la historia, los zapatos femeninos han permanecido en la oscuridad, ocultos bajo un laberinto de enaguas o un enorme Miriñaque, pero pese a ser una de las partes más recluidas del atuendo de la mujer, irónicamente es de las más reveladoras.
Los ojos pueden ser el espejo del alma, pero los zapatos son la puerta de la mente.
Un par de zapatos nuevos puede no curar un corazón roto ni aliviar un dolor de cabeza, pero sí calmar los síntomas y mitigar la tristeza.
Porque no es lo mismo ceñirse unos botines, unas zapatillas, un tacón de aguja o unas botas de Cowboy. A veces mis pies más o menos cansados deciden el calzado y otras veces mi personalidad se complementa con el zapato justo.
Además los zapatos nunca te abandonan, es la prenda más agradecida. “Los pies ni ganan ni pierden peso, aunque no puedas ponerte tus pantalones favoritos si ganas unos cuantos quilos, siempre podrás ponerte aquel par de zapatos que tanto te gusta”
Con ellos canto, bailo, río y lloro.
Los zapatos han marcado mi vida, marcan mi paso diario y a veces dejan marca en algún que otro trasero.
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